El concepto de “turismo sustentable” es relativamente nuevo, apenas un poco más de 20 años, pero como prueba fehaciente de su relevancia en la agenda internacional, el año 2017 fue establecido como el año internacional del turismo sustentable para el desarrollo.

De acuerdo con la definición de la Organización Mundial del Turismo (UNWTO) por su denominación en inglés), el turismo sustentable es aquel que toma plenamente en consideración su impacto actual y futuro sobre la economía, la sociedad y el medioambiente, de una manera holística. En este sentido precisa la UNWTO que las políticas de promoción turística deberán hacer un uso más eficiente de los recursos disponibles, inscribiendo sus proyectos dentro de un marco de largo plazo, y con un profundo respeto por las comunidades de los mercados receptivos, y, no menos importante, contribuir a una distribución más justa de los beneficios entre todos los participantes de las distintas cadenas de valor.

De antemano, creo importante señalar que una revisión rápida de la literatura y de los trabajos académicos mostraría que existe gran escepticismo en cuanto a las contribuciones y aportes del sector turismo al desarrollo sostenible. Es que muchos autores mencionan que, al ser netamente dominado el turismo por corporaciones multinacionales, es poco probable que los ingresos del turismo recaigan más en las comunidades locales, sino todo el contrario, se quedarían concentrados lejos de los países donde se realizan las actividades turísticas.

Por ejemplo, podemos mencionar a Donald Reid quien en su publicación “Turismo, Globalización y Desarrollo Responsable” se mostraba muy desconfiado de, y cito: “la mercantilización del turismo y sus efectos en la comunidad”; o del mismo modo a Manuel-Navarrete que considera que el turismo de masas crea una “visión hegemónica del desarrollo (…) facilitada por el estrecho vínculo entre los dos grupos más poderosos: el gobierno y las corporaciones del sector turístico”.

Ahora bien, creo que la pandemia del COVID-19 nos ha dado una extraordinaria oportunidad de demostrar que, contrario a lo expresado generalmente en la literatura disponible, el sector turismo SI ha tenido, tiene y seguirá teniendo una relevancia considerable para los países de la región. Basta con ver los impactos tan desastrosos que han tenido los cierres de fronteras durante varios meses del año pasado, y la lenta y desigual recuperación de los flujos turísticos, sobre todos los indicadores económicos y sociales.

De acuerdo con el nuevo informe del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC por su nombre en inglés), la contribución del sector turismo al Producto Interno Bruto mundial cayó de casi 9.2 billones de dólares en 2019 a tan solo 4.7 billones de dólares en 2020, lo que representa un desplome equivalente a un 49.0%. De hecho este sector de Viajes y Turismo sufrió más que cualquier otro sector económico durante los últimos 18 meses. Del mismo modo, asusta realizar que en la medida en la cual se venían suspendiendo las actividades turísticas, desaparecieron 62 millones de empleos en este sector.

Este tema es especialmente relevante para los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo, que conforman la gran mayoría de los mercados turísticos de la región caribeña. Estos territorios por supuesto han mostrado mayor grado de vulnerabilidad frente a crisis externas y riesgos climáticos, los cuales se agravan por el impacto de estas mismas crisis sobre los flujos turísticos.

Sin embargo, no vayan a pensar que voy a exponer hoy una visión pesimista sobre la capacidad del sector turismo para generar crecimiento más sostenible, sino todo lo contrario. Y para eso, gracias al hecho que tengo el privilegio de vivir en la República Dominicana, usaré como ejemplo positivo, los logros ya obtenidos en esta materia antes de la crisis del COVID-19 por la República Dominicana, y del mismo modo, recalcaré las condiciones necesarias (y suficientes) para que el turismo pueda ser una columna vertebral del desarrollo sostenible.

Y es que, tal como lo plantea por ejemplo la Alianza del Turismo contra la Pobreza y el Instituto de Desarrollo de Ultramar del Reino Unido, si es posible desarrollar actividades turísticas a favor de los más pobres de nuestras sociedades, siempre y cuando se construye un entorno político y macroeconómico adecuado.

Por tanto, entendemos que el turismo sostenible es una verdadera alternativa para fomentar nuevas actividades turísticas que hagan un uso más consciente de los frágiles recursos naturales, sociales y culturales, construyendo de este modo mecanismos de resiliencia socio-ambiental, lo que permitirá a su vez maximizar los beneficios generados en favor de las comunidades locales.

Las vías de transmisión tradicionales de los beneficios del turismo a favor de las poblaciones locales se pueden clasificar en tres grandes rutas:

a) Efectos directos, como lo son los salarios y oportunidades laborales, pero también mejoras en las infraestructuras básicas; sin embargo, es justo reconocer que también los impactos directos pueden ser negativos tales como alza en los costos de vida en las zonas turísticas, el poco interés en mejorar el entorno fuera de los hoteles todo incluido, o el insuficiente acceso al agua;
b) Efectos indirectos, a veces hasta lejos de las regiones turísticas por las cadenas de valor como agricultura o artesanía, o las mismas compras realizadas localmente por los mismos empleados de los hoteles (y sus familias);
c) Y a más largo plazo, las mejoras a la macroeconomía.

Hay que buscar responder a cuatro grandes retos:

1) Garantizar que el desarrollo económico generado por las actividades turísticas pueda llegar mejor a los hogares más desfavorecidos de la región;
2) Generar un crecimiento en servicios básico e infraestructura acorde al desarrollo turístico;
3) Atender las crecientes preocupaciones en materia de preservación del medioambiente de manera general, y de los ecosistemas donde se desarrollan las actividades turísticas de manera más especial;
4) Revisar y modernizar los marcos jurídicos y fiscales, y más especialmente la siempre necesaria revisión de la pertinencia de los incentivos fiscales.

Indudablemente, y sin sorpresa, lograr resultados positivos en esta materia pasará por:

a) Mejorar la participación de las comunidades locales, en todas las fases de desarrollo de los proyectos turísticos;
b) Intensificar los llamados encadenamientos productivos entre el turismo y el resto de las actividades de apoyo y de servicio, sin dejar de mencionar la agricultura;
c) Mejorar las condiciones de vida en los entornos cercanos a los polos turísticos;

En el caso de la República Dominicana, podemos derivar algunas lecciones aprendidas, tanto por los éxitos alcanzados, como por los fracasos sufridos. Para que el turismo produzca mayores beneficios para las poblaciones locales, el país sigue enfrentando una serie de retos:

a) el primero de ellos tiene que ver con los recursos humanos, y la empleabilidad de los trabajadores: de un lado, los requisitos de contratación de las empresas turísticas son cada vez más astringentes, en momentos cuando para la mayoría de la población es muy difícil y/o costoso tener acceso a una educación de mejor calidad; sin embargo, es justo reconocer que una vez contratados, estas mismas personas tienen acceso a programas de capacitación muy amplios (pero lo más difícil es entrar); en este sentido, sin mejora significativa de la educación pública, los puestos del sector turismo (generalmente mejor remunerados que los de otros sectores) solo serán disponibles para una parte muy reducida de la población local;

b) Mientras el país ha sido MUY exitoso en cuanto a encadenar la agricultura con el sector hotelero (se estima que en torno al 90% de los alimentos y bebidas consumidos por los turistas se produce en la República Dominicana, por lo que se suele decir que el turismo es el primer mercado de exportación de la agricultura dominicana), el resto de los bienes (especialmente mobiliaria y equipos en general) es muy netamente importado;

c) El modelo de turismo prevalente en el país sigue siendo todavía la modalidad del “todo incluido”, lo que no favorece la llamada “dispersión” del gasto de los turistas fuera de los enclaves turísticos; sin embargo, debemos mencionar que la construcción de la autopista entre Punta Cana y la capital Santo Domingo ha permitido desarrollar un flujo de turismo interno más frecuente y de turistas extranjeros que gasten dinero en excursiones a la zona colonial de la ciudad capital;

d) El concepto de ordenamiento del territorio es muy nuevo en el país, lo que ha provocado una importante desconexión entre los hoteles y las comunidades locales, salvo en áreas como Bayahibe o las Terrenas; sin embargo, en estos últimos casos, la falta de planificación ha provocado un desarrollo caótico de estos polos no tradicionales;

e) Las inversiones turísticas (desde el sector privado) no han venido acompañadas por un gasto público en infraestructuras básicas; existe un enorme contraste entre las maravillas arquitectónicas de las zonas hoteleras y las precarias condiciones de vida de las poblaciones locales (acceso a salud y agua más especialmente).

f) En materia medioambiental, existen grandes preocupaciones en término de erosión de las playas, de destrucción de los corales y de falta de tratamiento de aguas usadas rechazadas al mar abierto; sin embargo, es justo reconocer los extraordinarios aportes recientes por parte de la Fundación Punta Cana gracias a sus numerosas alianzas con universidades estadounidenses, europeas o caribeñas.

En conclusión, quisiéramos emitir algunas recomendaciones aplicables a la República Dominicana, pero que pudieran tener eco en los demás países de la región:

a) El Estado tiene que asumir un papel más proactivo para asegurar que los incentivos fiscales para captar inversiones se traduzcan en beneficios hasta para los más pobres; no hay redistribución automática si no se incluye la agenda de lucha contra la pobreza en la agenda turística;

b) Se debe de restaurar el acceso público a todas las playas;

c) Se debe integrar la dimensión impacto medioambiental en todos los eslabones de las cadenas de valor, sin lo cual, el crecimiento acelerado del turismo tendrá un costo insostenible en un futuro más cercano de lo que uno quisiera;

d) Existen muchas opciones de diversificaciones del producto turístico, de modo que se disminuya la dependencia al modelo sol-mar-playa; en el caso dominicano, falta todavía por explotar más algunos segmentos que califican como “turismo tradicional” (turismo urbano, turismo cultural, turismo de lujo, turismo de negocios) y por supuesto los prometedores segmentos alternativos tales como Ecoturismo, turismo de aventura y turismo rural; de cierto modo el COVID-19 está incrementando la demanda por servicios de pequeña escala en oposición con las grandes plataformas como cruceros o mega-resorts;

e) Aprovechar plenamente los compromisos asumidos en materia de Objetivos de Desarrollo Sostenible, destacándose especialmente el Objetivo #8 sobre “Trabajo decente y crecimiento económico” que menciona precisamente en su meta 8.9 “De aquí a 2030, elaborar y poner en práctica políticas encaminadas a promover un turismo sostenible que cree puestos de trabajo y promueva la cultura de los productos locales”, y el Objetivo #14 sobre “Vida Submarina” en su meta 14.7 “De aquí a 2030, aumentar los beneficios económicos que los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo obtienen del uso sostenible de los recursos marinos, en particular mediante la gestión sostenible de la pesca, la acuicultura y el turismo;

f) Es indispensable enriquecer la producción, la disponibilidad y el análisis de estadísticas y más especialmente al nivel de las diferentes cadenas de valor del sector, cuyos principales eslabones son: la distribución (y sus actores tales como agencias de viaje, operadores turísticos e independientes); el transporte (que va desde las compañías aéreas hasta las compañías de transporte terrestre); el alojamiento (segregando entre hoteles de lujo, grandes hoteles, pequeños hoteles, nuevas alternativas como AirbnB); o excursiones (operadores, guías y ventas al por menor); para ello, nos parece absolutamente indispensable desarrollar las llamadas “cuentas satélite del turismo” para entender mejor los impactos reales de estas actividades;

g) Finalmente, hay que aprovechar este momento para mejorar las habilidades interpersonales y digitales de la fuerza de trabajo, y reforzar las capacidades de las MIPYMES para integrar el uso del internet y las plataformas digitales como lo acaba de recomendar la CEPAL en su reciente informe sobre “La evaluación de los Efectos e Impactos de la pandemia de COVID-19 sobre el turismo”; la transformación digital tiene un potencial formidable para mejorar la competitividad de las MIPYMES;

En resumidas cuentas, la tarea por delante es gigantesca, y más por las devastaciones causadas por la pandemia en el mundo del turismo. Ahora bien, la oportunidad no es menos gigantesca: es bueno recordar que, durante el período 2015-2019, a nivel mundial, uno de cada 4 empleos creados lo fue por el sector Viajes y Turismo, contribuyendo en manera evidente al desarrollo socioeconómico y a la reducción de la pobreza entre numerosos países que dependen de los flujos turísticos. Asumamos pues los enormes desafíos de la restauración de la movilidad internacional, de modo que, enfrentando con valentía e imaginación todas las vulnerabilidades que el sector ha mostrado durante la pandemia de la COVID, sepamos rediseñar un nuevo futuro más sostenible, inclusivo y resiliente, ofreciendo así mejor bienestar y medios de vida a todos los habitantes de nuestra preciada región de Latinoamérica.


Source:

Henri Hebrard, founding partner – Hebrard & Hebrard Consulting SRL

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